El año pasado, 1.101 personas fueron atendidas por Osakidetza en Álava tras haber sufrido un ictus, un accidente cerebrovascular que puede dejar graves secuelas en quien lo sufre. Sin embargo, si somos capaces de reconocer los síntomas del ictus con rapidez y pedir ayuda de inmediato las probabilidades de que la persona se recupere aumentan notablemente.
¿Qué es?
El ictus ocurre cuando, de forma brusca, la sangre no llega al cerebro, ya sea porque una arteria cerebral se ha roto o se ha obstruido. Esto hace que las células no reciban el oxígeno necesario y las funciones que cumple esa parte del cerebro se vean alteradas de forma temporal o permanente. Existen dos tipos de ictus. Por un lado, el isquémico, que se produce cuando una parte del cerebro no recibe sangre y se queda sin oxígeno, bien porque alguna arteria cerebral se ha obstruido por un coágulo (trombo) o por una placa de ateroma, es decir, una masa de grasa, colesterol y otras sustancias que se queda pegada en las paredes del vaso sanguíneo. Es la forma más frecuente de ictus, con un 80% de los casos.
Por otro lado está el ictus hemorrágico, producto de la rotura de una arteria. La sangre se escapa hacia el exterior del vaso sanguíneo y la hemorragia anula la función de esa parte del cerebro. Este tipo de ictus representa el 20% de los casos.
En ocasiones, la interrupción del flujo de sangre ocurre de forma temporal, lo que se denomina ataque isquémico cerebral transitorio (AIT). Los síntomas suelen durar unos minutos y la persona se recupera en menos de 24 horas. Aun así, es una urgencia médica, al igual que el ictus.
¿Cómo reconocer un ictus?
Si notamos una súbita perdida de fuerza o debilidad, adormecimiento en un lado del cuerpo(cara, brazo o pierna), dificultad para ver por uno o ambos ojos, una falta repentina del equilibrio, dificultad para caminar o mareo, una brusca confusión, dificultad para hablar o entender el lenguaje, o un dolor de cabeza brusco e intenso puede que hayamos sufrido un ictus.
Qué hacer ante un posible ictus
Ante cualquiera de estos síntomas hay que llamar al 112 de inmediato, aunque desaparezcan. En ningún caso hay que tomar medicamentos, comer o beber, y mucho menos conducir hasta el hospital.
Ante el aviso sobre un posible ictus, los servicios médicos acudirán lo antes posible y valorarán al paciente pidiéndole que sonría enseñando los dientes para comprobar que ambos lados de la cara se mueven igual, que cierre los ojos y mantenga los brazos estirados durante 10 segundos, o que repita una frase. Es importante además anotar la hora a la que comenzaron los síntomas, porque el tiempo transcurrido es decisivo para valorar el tratamiento.
Las secuelas
Las consecuencias del ictus varían en función de la zona del cerebro afectada y pueden llegar a afectar de forma notable a la calidad de vida de la persona. Se pueden producir alteraciones musculares: una debilidad muscular a la que se denomina paresia, y puede afectar a un segmento del cuerpo (cara, brazo o pierna), o a un lateral completo (hemiparesia). Si se pierde la fuerza por completo, se llama plejia, o hemiplejia si afecta a la mitad del cuerpo. Los primeros días no hay tono muscular, pero con el tiempo, si no se rehabilita, el tono aumenta en exceso y no podrá mover el miembro afectado.
También se pueden producir alteraciones sensitivas; hormigueos, acorchamiento o falta de sensación al tacto en una parte o la mitad del cuerpo (hipoestesia); trastornos de la visión, como la pérdida de visión de la mitad del campo de visión (hemianopsia), la más frecuente tras un ictus. Otra posible alteración es la visión doble (diplopía), que se corrige cuando se cierra uno de los ojos y tiende a mejorar con el tiempo.
En cuanto a los trastornos del lenguaje, el paciente puede ser incapaz de construir y combinar palabras y frases (afasia motora), tener problemas en la pronunciación (disartria) y/o de comprensión (afasia sensitiva).
Además en algunos casos se dan trastornos del equilibrio, con dificultad para coordinar los movimientos y mantenerse estable (ataxia) y tendencia a la caída; o disfagia, dificultad para tragar. Este problema es más frecuente en los primeros días tras el ictus y suele desaparecer, pero en algunos casos es permanente.
El ictus puede causar además incontinencia urinaria, que suele ser pasajera, pero puede perdurar en las personas con gran afectación.
Se dan también alteraciones cognitivas; dificultades para mantener la concentración, para planificar y organizar tareas y disminución de la memoria, secuelas que pueden mejorar con el tiempo.
Por último, un ictus puede causarnos trastornos emocionales como ansiedad, cambios emocionales intensos y rápidos (labilidad), y episodios de depresión, especialmente en los meses posteriores al ictus.
Después del ictus
En función de las secuelas que el accidente cerebro vascular haya dejado en el paciente su vida puede cambiar de forma radical. La persona afectada y su entorno deben buscar que adquiera la mayor autonomía posible, y así es preciso ayudarla solo en lo que no pueda hacer, con el fin de favorecer su implicación y el aumento de su autoestima. Osakidetza explica en su web cómo hacer frente a estos cuidados.
El cuidado de la persona cuidadora
Cuidar a un familiar que ha sufrido un ictus conlleva un importante desgaste físico y psicológico por la dependencia en los cuidados y por los cambios de ánimo de la persona cuidada. Ante esta situación, se recomienda consultar con profesional de la salud.
Es, por último, muy importante que la persona cuidadora trate de llevar una vida activa, sana y equilibrada; que busque su propio espacio, tiempo propio para sí misma; y, es preciso insistir en ello, que pida ayuda profesional si es necesario.
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